Ilustración realizada para la exposición colectiva de la
Asociación Cultural Seis Viñetas con motivo del 30 aniversario de la publicación
del cómic de Bola de Dragón.
Con esta ilustración pretendo plasmar los sentimientos de
amor-odio que desde siempre me ha producido esta popular serie, y quisiera
abrir un debate al respecto.
La primera vez que tuve constancia de la existencia de Bola
de Dragón fue a principios de los años noventa, cuando la televisión autonómica
comenzó a emitir la serie animada. Por un lado se nos ofrecía un elenco de
personajes tremendamente atractivos, acción a raudales, humor salvaje, y un
toque picante muy sugerente. Por otro lado me exasperaba a veces su lentísimo
desarrollo narrativo, y la cantidad de episodios de relleno que no aportaban nada
a la trama principal. Aun así, la mayor parte de los espectadores nos quedamos
con lo positivo, y acabamos enganchados a las aventuras de esta peculiar
familia de entrañables peleones y viejos verdes.
Otra novedad que de entrada acrecentó mi interés fue ver cómo los personajes evolucionaban. Pasaban los años y Goku y sus amigos crecían, y las tramas de volvían progresivamente más serias, más dramáticas y más exageradas… y con ello, la lentitud en el desarrollo de la acción se eternizaba hasta niveles absurdos. Más de uno dejó plantado a Goku y sus amigos cuando esos famosos “cinco minutos para la destrucción de planeta Namek” ocuparon una decena de episodios. Pero otros, por la fuerza de la costumbre y del cariño, los continuamos apoyando como peregrinos extenuados que siguen a una virgen. Llegados a este punto, el humor y la chispa inicial se habían sumergido en un maremoto de sudor y testosterona, ya que cualquier nuevo hilo argumental rápidamente degeneraba en interminables duelos de titanes por ver quién quedaba por encima de quién. Había que ser el más fuerte. Llegar más lejos. Soltar más tortas… en definitiva, ser el más de lo más y jactarse de ello.
Cierto día la televisión autonómica interrumpió bruscamente la
emisión de Bola de Dragón, con la consiguiente ola de decepción y furia por
parte de todos los seguidores de la saga. Yo, como cualquier otro adolescente
de la época, solté sapos y culebras contra la “mano negra” que había cancelado nuestra
serie favorita… pero dentro de mí floreció lentamente un sentimiento
contradictorio que entonces no acababa de comprender y que ahora vislumbro
claramente. Y ese sentimiento no era otro que el de alivio.
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